Ciudad Real cierra su aeropuerto y reabre el debate sobre el futuro del de Castelló

La obra diseñada por Carlos Fabra sigue embarrancada en un fiasco económico y político.
J. ANTEQUERA CASTELLÓ El aeropuerto de Ciudad Real, abrumado por el concurso de acreedores, ha echado el cierre definitivo. Desde hace meses era, de facto, un aeropuerto fantasma, como el de Castelló o el de Badajoz, y símbolo de lo peor de una época de boato y despilfarro.

La noticia no ha pasado desapercibida entre los responsables de Aerocas, la firma que gestiona el aeropuerto castellonense del que tanto se jacta su arquitecto político, el presidente del PP provincial Carlos Fabra. Los directivos de la empresa temen que el aeródromo de Vilanova d’Alcolea pueda ser el siguiente en colgar el cartel de “cerrado”, sobre todo después de que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, haya dicho públicamente, como aviso para navegantes, que “ahora no es el momento ni de pabellones, ni de autopistas, ni de aeropuertos, ni de otras cosas”. Rajoy no aclaró qué son esas “otras cosas”, pero quizá se estaba refiriendo al coste desorbitado que ha supuesto para las arcas públicas una obra faraónica todavía lejos de ser operativa.

El aeropuerto de Castelló, en el que se han invertido 150 millones de euros, sigue sin fecha de apertura un año después de su inauguración. La incertidumbre sigue marcando el futuro de una infraestructura con errores de construcción pendientes de subsanación, un pleito entre la Generalitat y la empresa concesionaria, y una imagen muy deteriorada por la gestión de sus responsables públicos.

Actualmente, Aerocas negocia en Madrid la concesión de los permisos. De forma paralela, busca un acuerdo económico con Concesiones Aeroportuarias para intentar que retire la demanda y evitar que el conflicto se resuelva en los tribunales. Un auténtico fiasco no solo en lo económico, sino también en lo político, y una patata caliente para el Gobierno de Rajoy, que en época de recortes no quiere ni oír hablar de asumir nuevos gastos. El último gran esperpento es que una de las pistas de aterrizaje no da las medidas necesarias para que puedan aterrizar los tan ansiados aviones, si es que algún día llegan a surcar los cielos de Castelló.

El presidente de Aerocas, Carlos Fabra, no ha ocultado su intención de seguir adelante con un proyecto que ha convertido en una cruzada personal, y ni siquiera ha dudado en organizar visitas guiadas de curiosos ávidos por conocer las instalaciones, pese a que por su espacio aéreo solo vuelan los aguiluchos cenizos.

Lleguen o no lleguen los aviones, lo cierto es que la fama del aeropuerto de Castelló ha trascendido a nivel nacional y hasta internacional (el diario The Guardian llegó a asegurar que el aeropuerto castellonense es el “mayor elefante blanco en España, una estatua de 300.000 euros y 24 metros de altura dedicada a un político infame, cuyo rostro dará la bienvenida a las personas a un aeropuerto completamente nuevo que nadie utiliza”). Hasta en el último rincón del mundo saben ya que en Castelló hay un aeropuerto sin aviones que ha quedado para lugar de peregrinación de jubilados adeptos al régimen.

“Hay quienes dicen que estamos locos por inaugurar un aeropuerto sin aviones. No han entendido nada del acto. Este es un aeropuerto para las personas. Durante un mes y medio, cualquier ciudadano podrá visitar esta terminal o caminar por la pista de aterrizaje”, dijo Carlos Fabra sin inmutarse durante el florido acto de inauguración.
Un año después, sin embargo, el sueño ha trocado en auténtica pesadilla. La previsión más optimista de Carlos Fabra de poner en marcha la infraestructura en dos meses se dio de bruces con la cruda realidad. El tiempo ha demostrado que aquella inauguración precipitada llevó a tomar decisiones que hipotecaron el futuro del aeropuerto. Ya nadie se atreve a poner plazos. El mismo presidente de la Generalitat, Alberto Fabra, ha dicho que se pondrá en marcha “cuando haya garantías” de que va a ser utilizado. Ciudad Real sólo ha sido la primera ficha en caer en el dominó del derroche.

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