Orpesa es cultura… y sentimiento. He aquí dos grandes conceptos que en Orpesa surgen espontánea y naturalmente de hechos sencillos pero no exentos de gran calado intelectual.
Un recorrido tranquilo y placentero a pie por el centro del pueblo puede deparar aspectos mágicos y maravillosos para un observador que quiera mirar con ojos limpios de niño grande… quizás persiga arribar a una isla aparentemente desierta… y en Orpesa lo conseguirá al echar anclas en algunos de esos lugares donde muy humildemente, pero contra viento y marea, reside la cultura: quioscos de prensa y librerías de barrio oropesinos como el de Anabel, a quien siempre se encuentra en la noble tarea de informar sobre las últimas novedades editoriales o en quehaceres de atención a propios y extraños acerca de esta o aquella cabecera periodística.
Es evidente que el valiente viandante con alma de bucanero bueno no sólo fondeó en una isla que no estaba desierta -porque sus manos comenzaron a hojear (como muchas otras manos ya hojeaban) libros, periódicos y revistas del mismo modo que la brisa marina mece las flores del paraíso y las palmas de los cocoteros- sino que había topado con una ínsula poseedora de un pequeño gran tesoro.
En efecto, Anabel, como las sirenas que susurraban a Odiseo en su periplo mediterráneo, atrajo la atención del paseante -nuevo Ulises redivivo- sobre un librito de poesía, Melangia de un mar esquiu, cuyo autor, Pascual R. Huedo Dordà, es buen conocedor de Orpesa y a sus playas dedica la última parte de la obra, titulada Melangia de mar final (Platjes d´Orpesa), un amplio y exquisito poema en el que Huedo Dordà hace aflorar el sentimiento del hombre pleno y cabal que ahora es gracias a las etapas vivenciales con las que identifica cada una de las playas de Orpesa: les Amplàries, el mundo de la infancia en conchas dibujadas; la Conxa, huellas de amor y sexo adolescentes; la Renegà, esquiva como la juventud y de espuma ebúrnea; el Morro de Gos, donde la reflexión del hombre maduro y culto le lleva, nuevamente, a referencias homéricas.
Esponges prenyades d´atàvica escuma
taujana de llum i salnitre atapeïdes;
selènic el Morro d´un gos blanc de lluna
mítiques sirenes de llarga crina bruna,
– “On sou?” pregunta En Miquel, parlant-me d´Ulisses…
Orpesa, en el Mediterráneo occidental, no tan lejos al fin y al cabo de la mítica Ítaca, allá en el Oriente de la misma mar.
¿Acaso no sería mágico imaginar que Laura de Cervelló, señora de Orpesa, hubiera pertenecido a la estirpe de todas las pacientes Penélopes que en la Hélade existieron?